Ramón Amaya Amador, Falleció el 24 de noviembre de 1966, en Bratislava, Checoslovaquia

En 1962, escribió su novela Destacamento rojo. La mejor manera de honrar la memoria de Amaya Amador es leyendo sus libros escritos.

En esta obra importante está escrito lo que sigue:

“Don Pancho Juárez y su mujer, metidos en la champa de manaca, ven con languidez caer la lluvia en estos días de septiembre chubascoso.  No es lo peor no es el paludismo ni los caminos fangosos, ni los crueles mosquitos, sino la presencia del hambre que se enrosca en la cocina ocupando el lugar de los víveres y dando piquetazos de víbora en os estómagos de los hombres. Porque el hambre no está solamente en la residencia de Juárez el de los grandes bigotes canos, sino en todas las chozas del campo bananeros y en los barracones semipodridos y en las aldeas vecinas. Don Pancho y su mujer fueron los últimos que regresaron de Progreso al concluir la huelga y en el campo le dieron cuarenta lempiras y le reincorporaron al trabajo. Los lempiras se fueron, los trabajos comenzaron pero luego fueron suspendidos hasta esperar las cosechas. Estos meses serán de espera sin pan.

Los hombres o las mujeres salían para ir a buscar bajo la lluvia algunos bananos en las plantaciones recién chapeadas y sin frutos o en las zonas abandonadas por causa de la “mata muerta”. A veces conseguían en las aldeas vecinas algunos víveres fiados, pero bajo el chubasco los campesinos guardan para sí los pocos frijoles y maíz que pudieran aún tener. Los días estaban negros. Suspendidos los trabajos y sin frutos las fincas.

La señora de don Pancho solía preguntarle por la acción del sindicato que decían se había formado para apoyar y defender a los campeños y demás obreros de la compañía. Y don Pancho se encolerizaba apostrofando:

–¡estos pícaros son unos traidores! ¿Qué podemos esperar de ellos? Ya viste que la última vez que asomaron por aquí fue para pedirnos el voto para el candidato presidencial del reformismo. ¡No! ¡Ese sindicato SITRA ha nacido muerto y es una desgracia por cierto! ¡La salvación nuestra solo está en el partido de nuestra clase!

Algunos días se  reunían, en la champa de Juárez varios trabajadores exhuelguitas de Progreso. Celebraban juntas del comité de base que don Pancho tenía bajo su responsabilidad. Hablaban de política; discutían sobre los folletos que el guardaba con mucho esmero. A veces, para sostener tal o cual punto de vista, don Pacheco recurría a sus colecciones de periódicos revolucionarios y extraía

aquel donde el problema era tratado en algún artículo. Tenía guardadas hasta las hojas volantes que habían caído en sus manos y que eran de trabajadores referentes a las luchas, papeles ya casi gastados. Hombre viejo ya, pero con el espíritu siempre alerta a los vientos alternos del flujo y reflujo de las luchas proletarias, tal era don Pancho Juárez el de los largos y canosos bigotes.

Muy respetado este hombre cargado de años y duras experiencias, en la mente consultiva en Guanacastales, el gran consejero de jóvenes y viejos y es proverbial su solidaridad humana. Es el hombre que no puede ver una desgracia sin intentar poner su ayuda desinteresadamente.

En este día bajo la lluvia, cubriéndose con un saco de lona, Juárez ha ido en busca de algunos guineos en el rastrojo del bananal perdido. Lleva su machete y se ha quitado los zapatos pues resulta mejor andar descalzo en los lodazales aunque perjudique su salud. En la plantación es difícil encontrar frutos y el hombre pasa a los abandonados, esos lugares donde hubo fincas frondosas pero que se dejaron debido al ataque violento de la “matamuerta”.

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